12 may 2015

Una décima de segundo

  A Nacho le gustaban los sábados. Le gustaban porque se despertaba escuchando a su madre cantar. Abría los ojos y corría inmediatamente al salón para verla mover las caderas, ondeando el pelo, al ritmo de la melodía: "Se dejaba llevar, se dejaba llevar por ti...". Siempre la misma canción, y siempre lo esperaba con los brazos abiertos para bailar juntos.

  Si había otra cosa que le gustara aún más, esa era que lo llevara al parque. Allí esperaba encontrar a la niña, de los cabellos dorados, que jugaba escondida entre las flores. Su madre le preguntaba curiosa que qué había de especial en ir ese día, y él siempre le contestaba que ir al parque los sábados era como tener mil recreos juntos.

  Sin duda, el sábado era su día favorito. Aunque había algo que no le llegaba a convencer del todo, y era que, como cada día, se acababa y acechaba la noche. No soportaba la oscuridad. 

  Su madre le leía el mismo cuento todas las noches, y le decía que tenía que dormirse lo más rápido posible para ganar la lucha contra los gigantes y fantasmas que se escondían en los rincones de su habitación. Él, que se creía un niño muy valiente, obedecía sin rechistar durmiéndose en una décima de segundo. 


Por sus letras, que son poesía, por su música y su voz; por los ochenta y lo que vino después.
Hoy es un día para cantarte.